El Rey Chiquito

Alejandro Ochoa Valencia soñaba ser alcalde de Colón por su partido, el PRI.

Hasta se hizo líder campirano por la Central Campesina Independiente.

Nada más para presumir blasones.

Pero su profesión de gestor, vulgo “corre, ve y dile” de empresarios y políticos, no lo colocaba en posición de fuerza política.

Los astros no se alinearon y no fue ungido por el dedo del señor priísta.

Buscó al precandidato panista Pancho Domínguez para que lo juntaran en su juego.

Hay que señalar que en el 2015, el PAN no contaba Colón para pintarlo de azul.

Pancho lo cobijó y creó al monstruo.

Se cobijó de un grupo de profesionales comprometidos que le enseñaron desde cómo hablar hasta como vestir, pues sus gustos y combinaciones de ropa eran -y siguen siendo- de gusto cerril.

Fue candidato a alcalde del municipio, a pesar de los berrinches de los pocos panistas con historia en la demarcación.

Pancho prácticamente le pagó la campaña a Ochoa: le daba lonas para colocarlas en las casas; le pagó las comidas que organizaba, ya que andaba “muy austero”; el equipo del gobernador lo salvó muchas veces de quedar mal con los del sonido y los grupos musicales.

“Muy austera es mi campaña porque es la campaña de la gente”, justificaba.

Prendió su campaña, como entusiasmó la Ola Pancho en todo el estado.

Y ganó.

Así como todo el panismo en el 2015.

Decía que iba a cumplirle a la gente y que colocaría a los colonenses por delante de todas las decisiones de gobierno.

Tomo protesta como alcalde de Colón.

El Rey de Colón

Desde el principio, su personal estilo de gobernar marcó su administración.
Gobernar con la Ley de Herodes.

Pensó que administrar los recursos del pueblo era como sacar la morralla de la bolsa de la abuela.

Cambió diametralmente.

O más bien mostró su verdadera personalidad y solo actuó como el político de siempre en campaña.

Cobijó a personajes que hacían negocios en lo oscurito en cantinas de mala muerte, en la capital queretana.

Reuniones en que abundaba polvo, mujeres y bebidas espirituosas.

Uno de ellos fue ventaneado en redes y no tuvo más remedio que esconderlo.

Nunca ocultó Ochoa Valencia su gusto por las mujeres exuberantes.

Si no estaba acompañado por la amante en turno en Chilos de Buenavista, estaba en reuniones de gabinete en San Miguel Allende con su corte de focas, con mujeres, vino y alcohol.

Varios funcionarios y aliados de campaña se dieron cuenta que el edil estaba en plan Calígula.

Trataron de hablar con él, de hacerle entender que llegaron al poder para transformar la situación de la gente y no para salir de pobres.

No escuchaba.

Ya era el rey, el Soberano de Colón.

Pero en la corte de las delicias, comenzó a ponerse paranoico.

Mandó espiar e intervenir teléfono de sus colaboradores.

Les inventó teorías de la conspiración para hacerlos a un lado.

Los atacó a través de esbirros.

Presumía a sus enemigos que sería el próximo gobernador, porque Pancho se la prometió y estaban contentos los ciudadanos de Colón con él.

Fuera del municipio, lo veían como un alcalde folclórico, cuya única carta presentación es estar “cerca del gobernador”.

Por ello le gustó irse de viaje, “para atraer inversiones”.

Por supuesto, la mayoría de las veces estando presente en eventos que no estaba invitado.

Claro que siempre acompañado de bellas damas.

Perseguía al gobernador cuando estaba de gira fuera del país, para sacarse la foto y presumir una supuesta cercanía.

No entendió que era útil y por lo tanto, le permitían muchos excesos.

Manejaba el presupuesto a discreción.

Se complicaba las cosas porque no podían justificar muchos gastos.

Pagaba en efectivo las notas periodísticas que salían a su favor y solo los beneficiarios tenían que firmar en un cuaderno.

Por su estilo personal de gobernar, actuando como Don Perpetuo de los Supermachos, había desencanto entre los colonenses.

Además, la inseguridad creció a niveles nunca vistos.

La proliferación de “tienditas”.

Pero nadie decía nada porque les quedaba claro el contubernio crimen organizado con las autoridades del municipio.

Había desencanto por muchos escándalos, ruidos y cero efectividad.

Solo la regidora Adriana Lara hacía eco del desencanto de los ciudadanos colonenses.

En las sesiones de Cabildo, Alejandro Ochoa se burlaba de sus posicionamientos.

No la bajaba de chismosa y de ser regidora de ocurrencias.

La regidora no aguantó tanta porquería e ingresó denuncia por abuso de autoridad y corrupción ante la Fiscalía.

Recibió amenazas directas del Presidente Municipal.

“Soy brother de Pancho”, presumió en sesión de Cabildo. Ahí están las actas.

El tiempo le dio la razón a la regidora.

Dio prioridad a los desarrolladores de parques industriales, porque dejaban ganancias a sus arcas personales.

A las comunidades las premiaba o castigaba, de acuerdo si lo alababan o le reclamaban sus compromisos de campaña no cumplidos.

El uso discrecional del presupuesto.

Estaba en “La Plenitud del Pinche Poder”.

Venía la campaña 2018 y había que refrendar, para su proyecto político y su impunidad.

Pobre Diablo

Vino la campaña del 2018.

A como dé lugar, Alejandro Ochoa tenía que ganar.

Fue una elección de Estado.

Acoso de todo y con todo al candidato Polo Bárcenas.

La aparición de camionetas con placas de Michoacán, amenazando a los colonenses de no equivocarse.

Por supuesto, la policía estatal y municipal nunca se dieron cuenta.

El día de la elección fue un regreso al pasado: relleno de urnas, ratón loco, más votos que votantes.

El Instituto Electoral, por omisión o por otros intereses, no hizo caso de las denuncias.

Todo a favor de Ochoa.

Volvió a ganar.

Seguía siendo el rey.

Fue el inicio del fin.

Acumulaba demandas por agresiones a periodistas, a ciudadanos, por presuntos actos de corrupción.

Lo principal: “algo” pasó con Pancho, que dejó de serle gracioso Ochoa y más bien le estorbaba.

Pero estaba ensoberbecido y no necesitaba del manto protector del gobernador.

Estaba convencido que era el gobernador que necesitaba Querétaro, venido del pueblo y para los empresarios.

Comenzó a cuestionar a los cercanos a Pancho.

Cometió el sacrilegio de cobrarle el impuesto predial al Jefe Diego por sus propiedades.

Lo presumió a nivel nacional, demostrando estar más allá de cualquier político que se le pusiera de frente.

Desesperado por más dinero, denunció qué el Aeropuerto Intecontinental de Querétaro le debía al municipio miles de millones de pesos en impuesto predial.

Amenazó con irles a clausurar si no pagaban.

Estaba siendo una roca en el zapato del gobernador.

Los que lo soportaban, ya lo aborrecían. Los que lo aborrecían, ya lo odiaban.

Comenzó a usar la pandemia como pretexto para repartir verdura casi echada a perder a municipios.

Ya estaba en campaña para la gubernatura.

“Si no es por el PAN, hay otros tres partidos que me abren las puertas”, fanfarroneó.

Acumulaba agravios y enemigos.

Si no estabas con él, estás contra él. Subió de tono sus amenazas.

Hizo campaña a lo descarado. El IEEQ, a veces tan distraído, le ordenó bajar de sus redes sociales sus publicaciones repartiendo despensas y apoyos.

Dieron entrada a demandas por violencia política en contra de diputadas.

Subió sus críticas en contra de Gobierno del Estado, acusándolos de bloquear los apoyos y recursos para Colón.

Denunció que hay una campaña en su contra, orquestada desde las bóvedas del poder, por querer ser gobernador.

Acumula casi una veintena de acusaciones, más las que se acumulen, que van desde huachicoleo hasta desfalco al erario público.

Alejandro Ochoa un político sucio y pestilente, no hay vuelta de hoja.

Su arresto por presuntos actos de corrupción y abuso de autoridad, es apenas la punta de la madeja.

Se le olvidó que su carrera política se la debe a Pancho, a nadie más.

Mordió la mano que le dio de comer, lo protegió y lo encumbró.

Así como lo hizo, lo va a destruir.

Fue un rey en el reino de Colón.

Un soberano enano que está aplastado.

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