Migración y crimen organizado

Ricardo Monreal Ávila

La migración se ha convertido en tema para numerosas obras en el cine y la literatura; sin embargo, es un fenómeno en el que la realidad supera por mucho a la ficción, y en un país de tránsito como el nuestro, los ejemplos de ello son desafortunadamente recurrentes.

Basta recordar cuando 53 de 61 migrantes perdieron la vida después de ser abandonados en la caja de un tráiler cerca de San Antonio. El vehículo, según la información revelada por las autoridades, ingresó a Estados Unidos de América por la frontera con Texas. De ahí, viajó 235 kilómetros, no sin antes haber pasado por dos puntos de vigilancia migratoria. La gran pregunta es qué tuvo que suceder o quiénes colaboraron para que tal número de personas atravesara un terreno tan extenso en uno de los países que cuenta con mayor tecnología de vigilancia en el mundo.

En 2010, en el municipio tamaulipeco de San Fernando, 72 mujeres y hombres migrantes fueron asesinados por un grupo delictivo, que previamente los había secuestrado para supuestamente exigirles un pago por su liberación, o bien, que se sumaran a las filas de la corporación criminal.

Más recientemente, en abril de este año, se reportó el rescate de 120 migrantes en San Luis Potosí. De acuerdo con la Fiscalía del estado, estas personas fueron privadas de su libertad por un grupo delincuencial que opera en la región. Gracias al operativo, se les logró liberar en una zona desértica cerca del municipio de Matehuala. Además, se detuvo a integrantes de una célula del crimen organizado y se aseguraron armas y vehículos en los que se trasladaba a las mujeres y hombres en contra de su voluntad.

Estas historias, en las que lo real supera por mucho a lo imaginario, se repiten y cuentan por cientos todos los días en México, un país que también comparte cerca de 3,100 kilómetros de frontera con los Estados Unidos, que abarcan seis de nuestras entidades federativas (Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas) y más de 3,000 kilómetros del río Bravo.

Los cientos de miles de personas que dejan sus hogares con la intención de llegar a Estados Unidos, tan pronto salen de su país y se adentran en el territorio de la incertidumbre, se convierten en un grupo altamente vulnerable frente a los peligros que la travesía implica, incluida la existencia de redes delincuenciales transnacionales que los asimilan no como seres humanos, sino como mercancías que pueden ser abandonadas, maltratadas y abusadas.

Se trata de una realidad presente en la mayoría de los países en desarrollo o que enfrentan conflictos bélicos, territorios en donde las sociedades buscan trasladarse a ambientes más seguros o, al menos, donde la esperanza de una vida próspera sea mayor. Es, también, un fenómeno que no se puede negar y cuya solución implica la cooperación conjunta de países expulsores, de tránsito y de destino.

En el caso particular de México se actúa en dos vías principales. Primero, en fortalecer las capacidades de los países centroamericanos a través del impulso de programas de desarrollo. Segundo, implementando varias acciones para proteger y salvaguardar del crimen organizado a las personas migrantes a lo largo de su tránsito en territorio nacional.

Sin embargo, la inercia expulsora es tal, que siguen vigentes las oleadas de migrantes que se desplazan masivamente hacia la frontera con el vecino país, bajo la creencia de que el fin del Título 42 les permitirá cruzar con mayor facilidad en búsqueda del sueño americano, alentados, en gran medida, por los grupos criminales, que ven en este fenómeno la oportunidad ideal para sacar ganancias a expensas del dolor ajeno. Además, de acuerdo con la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, de febrero a marzo de 2021 hubo un 100 por ciento de incremento en menores migrantes no acompañados.

Esta realidad lacerante nos obliga a replantear la migración como un fenómeno difícil de contener, pero urgente de atender de manera transnacional. Las autoridades no deben perder de vista lo que señala la escritora y refugiada somalí Warsan Shire: “nadie sube a sus hijos a una balsa, a menos que el agua sea más segura que la tierra. Nadie abrasa las palmas de sus manos bajo los trenes, bajo los vagones, nadie pasa días y noches enteras en el estómago de un camión, alimentándose de hojas de periódico, a menos que los kilómetros recorridos signifiquen algo más que un simple viaje”.

El vínculo entre el crimen organizado transnacional y la migración es latente, y tiene que ser atendido como tal. Los esfuerzos que cada país lleva a cabo para generar oportunidades que impidan los flujos migratorios deben ser complementados por una vigilancia constante durante el transitar de quienes deciden partir. Es tarea de cada Gobierno reconocer la vulnerabilidad a la que están sujetas las personas migrantes, para prevenir y deshacer lo que hasta hoy ha sido una simbiosis natural entre el crimen organizado y la migración.

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