Sócrates, el delator

Conocí a Sócrates Amado Campos Lemus allá por 1987. Sabía de él por libros y medios por su participación en el movimiento estudiantil de 1968.

Amante del arte indígena, degusté exquisita taza de café en el comedor de su departamento en el Parque México, junto con mi entonces jefe de redacción, Juan Sánchez Mendoza, quién me llevó con él.

Largas fueron con Sócrates, el Tío Lolo, las pláticas que sostuve después de que me presentó mi compadre con él.

A veces en su recámara, en el comedor de su casa o caminando por el parque antes de acompañarlo a la tienda de ultramarinos ubicada en Insurgentes sur y Teotihuacan.

Vinculado al Ejército y a la policía, sus conversaciones caían en su participación en la revuelta estudiantil.

Señalado como delator, traidor del movimiento, siempre sostuvo: los líderes éramos conocidos por todo mundo.

El gobierno nos tenía identificados.

Con ello tiraba la acusación de Eduardo Valle «El Búho» de que había delatado en en Campo Militar a los miembros del Consejo General de Huelga.

Pragmático, nunca negó su amistad con militares, policías y políticos.

Cuando Carlos Salinas incorporó en su gabinete a líderes estudiantiles Sócrates me comentó: quiero ver que me invité un café el pendejo, refiriéndose a Gilberto Guevara Niebla.

En cuanto a El Búho, un día estando en el restaurante Focolare, en la Zona Rosa del extinto DF, policías federales cerraron las calle pues llegaba a ese local burgués, el proletario renegado izquierdista Eduardo Valle.

Sócrates lo encaró y cuestionó por la prepotencia.

El Búho enmudeció ante quien nunca tuvo guaruras, solo un leal asistente de nombre Gerardo.

Tuve desencuentros con Sócrates.

El más doloroso cuando mataron a mi hermano Víctor Hernández.

A sabiendas de quién lo privó de la vida, además de las razones, Socrates se hizo a un lado.

Luego, hace unos diez años, cuando se pretendía instalar un relleno sanitario en Zimapán, siendo él director en el semanario Quehacer Político y quien escribe corresponsal, por reportajes al respecto.

Un amigo en común me dice: la traición fue su vida.

No lo creo.

Lo reuní una vez con Sergio Flores, «El Fisch», guerrillero de los 60s, y en la plática coincidieron: me mataste gente, te mate gente, pero fue de frente.

Descanse en paz el hidalguense que hizo amistad no nada más con los fontaneros del viejo régimen, sino también con empresarios, artistas y gente de a pie, simples mortales como este escribano.

Por último, apunto: el 1968 fue representante de la Escuela de Economía del Instituto Politécnico Nacional.

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